02 mayo 2016

El hábito hace al monje... ¿o no?

El hábito hace al monje, al administrativo, al mecánico, al religioso, al ateo, al malo y al bueno, al perro y al gato


Cuenta la historia que desde hace mucho tiempo, grandes observadores, se dieron cuenta que todos los días, todas las mañanas, por el horizonte del este aparecía el sol, esa gran bola de fuego que tan gran función tiene en nuestras vidas. Tras mucho tiempo de observación y estudios se determinó que, debido a una serie de fenómenos de rotación-traslación originados por las fuerzas gravitatorias que los planetas y el sol ejercen entre sí, este fenómeno se repetirá todos los días. 

¿O alguien duda que el sol no vaya a salir mañana? 
Todos los cachorros que llegan a una casa llegan “vírgenes”, llegan con un mundo por descubrir, con un deseo natural de aprender, con un brevísimo pasado, con un duro presente y futuro que llenarán de aprendizajes y de conocimientos. Así es, un cachorro no sabe nada, todo lo tiene que aprender, porque, excepto algunos, nadie nace sabiendo, todo lo hemos aprendido, algunas cosas nos las han explicado y otras de manera autodidacta.

Todos nos hemos visto en la situación de aprender algo. La primera vez que nos enfrentamos a algo nuevo vemos cómo funciona, si con el paso del tiempo, y tras repetirse esta situación, siempre es igual, aprendemos que eso funciona así y lo damos por bueno. El sol nos ha creado el hábito, todos los días sale por el este y se pone por el oeste. Cuando un perro se enfrenta a una situación nueva aprende de ella, cuando un perro se enfrenta a una situación y siempre sucede de la misma manera, aprende que es siempre de esa forma que aprendió. Dicho esto, debemos tener en cuenta que si un perro realiza una conducta siempre igual, “no cambiará cuando se haga mayor y deje de ser un cachorro”. Todo lo contrario, habrá aprendido que esa conducta es así y creará un hábito. 

Porque un hábito no es ni más ni menos que un modo especial de proceder por repetición de actos iguales, es decir, como todos aprendemos a comportarnos, como todos adquirimos conductas. De la misma manera, si nunca realiza una acción o conducta nunca aprenderá a realizarla, “cuando sea adulto y sepa comportarse, entrará en casa”, ¿cuántas veces he oído esta frase? Las mismas veces que es un error.

Las conductas que aprende un perro a lo largo de su vida no son ni buenas ni malas para él. Son así, como las ha aprendido, como se las han enseñado. Si un cachorro empieza a ladrar a otros perros, cuando llaman al timbre, cuando oye un petardo,… y nadie ni nada le explica otra cosa diferente (con una comunicación efectiva), a base de repetir siempre esto se crea el hábito y para él esto es así, es bueno o es malo si a nosotros nos parece bien o mal, para el será bueno porque es una descarga de ansiedad producida por una incertidumbre o porque se siente fuerte o por lo que sea, pero él lo asumirá. 

Y seguramente, cuando sea adulto, si le preguntamos por qué lo hace, nos dirá que porque siempre se ha hecho así. Si tenemos en cuenta que un perro “tiende a hacer lo que hace siempre” y “tiende a no hacer lo que no hace nunca”, tendremos una herramienta básica para que la convivencia sea idónea. Si desde un primer momento invertimos tiempo en nuestro perro enseñándole que las cosas se hacen de una determinada manera, crearemos hábitos de comportamiento. Estos hábitos pueden estar en consonancia con nuestra educación o no, de esto dependerá que estemos contentos con nuestro perro o no. 

Si no le guiamos y tutelamos en el aprendizaje, aprenderá, con seguridad que aprenderá, pero es muy probable que aprenda “los malos hábitos”. Es fundamental guiar en el aprendizaje de un perro impidiendo hacer lo que no debe hacer y fomentando lo que sí debe hacer para que consolide los buenos hábitos.  

Además, las técnicas educativas en la creación de hábitos no incluyen ni castigos ni premios. Los buenos hábitos son los que te permitirán vivir en armonía con tu amigo peludo, los malos hábitos son los que él ha aprendido y tú no le has enseñado a no seguir haciendo.

Fuente: El Mundo del Perro | Miguel Díaz