En el anfiteatro ubicado 40 kilómetros antes de
llegar a Bariloche liberaron ayer, en una emotiva ceremonia, a Cielito,
una pichona de cóndor que fue hallada débil e intoxicada en 2011.
Cuando abrieron la puerta de la jaula. Cielito apoyó una garra y luego la
otra. Caminó dos o tres pasos, pareció mirar la cornisa, se detuvo. El
centenar de personas que estaba alrededor suyo en el anfiteatro, sobre
la Ruta Nacional 237, mantuvo la respiración un segundo. Corría una
brisa fría desde las montañas. Abrió sus dos enormes alas y en un
segundo se fue. Sobre el suelo neuquino, las personas reían, aplaudían,
lloraban de emoción: un cóndor más fue devuelto a su hábitat natural.
Se trata de una pichona de cóndor que una familia de puesteros encontró
débil e intoxicada en agosto de 2011 en la misma zona donde ayer se
liberó, 40 kilómetros antes de Bariloche, del lado neuquino.
Con una emotiva ceremonia mapuche, María Eva Cayu pidió por la buena
salud del ave, deseó que tenga buen vuelo, que encuentre alimento y a
su familia. Cantó su oración con el kultrun y explicó: “El cóndor es el ave que más alto vuela, es que el lleva el mensaje a 'Futá Chao'
(Dios). Cuando un cóndor vuela, el pueblo mapuche se pone de pie. Los
invito a que tengan un solo pensamiento cuando eleve sus alas: el del
bien”.
Cuando Cielito levantó vuelo, ella lloraba y alzaba sus manos. A su
alrededor, todo el equipo del Proyecto de Conservación del Cóndor Andino
del Zoo de Buenos Aires, la Delegación Regional Patagonia de Parques
Naturales y el equipo del Programa Binacional se abrazaban y
lagrimeaban. La emoción contagió a los niños de una escuela de Colonia
Suiza que fueron a presenciar la liberación y varios partícipes del
rescate del ave. Cuando se perdió en el horizonte de las montañas, el
aplauso fue unánime.
Tímidas dentro del círculo estaban Matilde y Pirén Chañapé, la familia
que encontró a Cielito en un refugio entre unas rocas hace más de un
año. Fueron ellas quienes vieron que el animal estaba enfermo y se lo
llevaron hasta su casa, ubicada detrás de uno de los cerros frente al
anfiteatro. Lo tuvieron dos semanas en una habitación y lo alimentaron hasta que dieron
aviso a Parques Nacionales, Hernán lo fue a buscar con su equipo y se
llevó al cóndor hasta el Zoo de Buenos Aires para su recuperación.
“Esto es creer o reventar, cuando se libera un cóndor, muchos otros lo
vienen a buscar”, dice Silvia Peralta, una de las participantes del
Proyecto de Conservación, y señala al cielo. Ahí, entre las nubes, otro
cóndor sobrevuela el anfiteatro en búsqueda de Cielito.
Se comunican a través de un chirrido que el oído humano no siempre
capta, se entienden a cientos de kilómetros de distancia. Cuando Cielito
se intoxicó, sus padres sobrevolaron la cueva en la que se refugió
durante meses. Cuando Matilde la llevó a su casa, ellos también
fueron hasta allá a sobrevolar la casa, lo hicieron hasta mucho tiempo
después de que se la llevaran de ahí.
Hernán, el guardaparque que la fue a rescatar a lo de Matilde, explicó que muchos cóndores se intoxican cuando
comen algún animal muerto por balas de plomo. “Existe la creencia en el
campo de que ellos son cazadores pero es equivocada, son aves carroñeras, sólo comen animales muertos. Si alguno de éstos tiene una
bala de plomo en su cuerpo, el ave se intoxica y se muere. Cuando vi a
Cielito por primera vez estaba muy débil, se dejaba agarrar, era
evidente que podía tener eso”, relató.
La posibilidad de que encuentre a su familia rápido esperanzó a todos.
Hernán comentó que los cóndores duermen juntos, que él vio dormideros de
hasta 70 aves, y levantó el dedo y señaló las rocas que están del otro
lado del río Limay: “Eso blanco que hay entre las grietas de las
piedras, eso es una cueva de cóndores”.
Luis Jacome, director del proyecto en el zoo porteño, dijo que al ser
un ave de sólo unos 3 años, le quedan al menos 60 por delante. “Ya son 123
las liberaciones que hicimos en los últimos 20 años a lo largo del
país”, contó. El miércoles nació en cautiverio la primera pichona de la
temporada. A principios de noviembre liberaron a cuatro ejemplares en
las Sierras de Paileman, al sur de Río Negro. “Uno mete la vida en
esto”, reflexiona Luis, sereno ante la montaña.
Las dos alas donde se basa el Proyecto de Conservación de Cóndor que
lidera son la parte científica para sanar a los animales y la
cosmovisión mapuche, “ojalá todos pudieran volver a conectarse con la
naturaleza, entender que todos tenemos un lugar que hay que respetar”,
concluyó.
Fuente: La Mañana Neuquén/ Romina Zanellatto