05 noviembre 2011

México y sus perros


En el siglo 16, los españoles se sorprendían de que los pobladores pagaran más por un perro que por una vaca. Suprimir la dimensión simbólica que tenían estos animales en la época prehispánica costó décadas de represión. "Se perdió su valor religioso y quedó un vacío que hasta la fecha no ha sido cubierto", lamenta Raúl Valadez, quien ha dedicado 25 años al estudio de la especie.

Difícilmente existe en Mesoamérica un sitio arqueológico donde no se hayan encontrado huesos de cánidos asociados a un entierro, un basurero doméstico, sepultados al pie de un altar o convertidos en herramientas. Al inicio de la Colonia, existían por lo menos cinco razas en el país: el perro común o itzcuintli, el más abundante; el tlalchichi o perro de patas cortas; el malix o perro maya; el perro pelón o xoloitzcuintle, y los loberros, híbridos de lobo y perro.

Tlalchichi

La sobrepoblación de perros no existía, aclara Valadez, porque eran destinados a una diversidad de funciones: guardianes de casas y campos de cultivo, animales de carga, como compañía o para ser sacrificados en ceremonias, pues confiaban en que sirvieran de guía a los muertos. Un gran número era también consumido en fiestas rituales, aunque otras tradiciones aconsejaban su supervivencia, como la creencia otomí de que no se debía sacrificar al perro de un difunto, sino darle bien de comer, porque ese alimento lo recibía el muerto. 

"Un códice náhuatl describe el alimento de los reyes mexicas: pescado blanco, guajolotes, venados... no perros. Esto significa que no era una comida de todos los días, el consumo tenía un sentido religioso", sostiene Valadez, fundador del Laboratorio de Paleozoología del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM. 

Una vez perdida su carga simbólica, los viejos valores no fueron sustituidos por otros nuevos. "Los mexicanos somos unos absolutos ignorantes de lo que implica tener un perro desde un punto de vista práctico", afirma. "No tenemos una cultura zootécnica".

La mayoría de la gente, dice, nunca se pregunta para qué quiere un perro. "La concepción actual es que no son indispensables para la vida, se ven como desechables, pero desde que aparece el primer indicio de civilización, el hombre ya tenía un perro al lado".

Estudios de biología molecular han permitido determinar que el lobo gris es el ancestro directo del perro, la especie más cercana es el Canis lupus chanco, procedente del norte de China. Hace 100 mil años, cuando el Homo sapiens aparece en África, los primeros lobos comienzan a interactuar en el noreste de Asia con el Homo erectus. Pero los registros más antiguos de perros datan de hace 15 mil años.

"Hablamos de un periodo de 85 mil años en los que se da una interacción entre humanos y lobos, un esquema de mutua tolerancia favorecido por las épocas glaciares, que enclaustró a las poblaciones en pequeñas regiones", explica.

Se cree que los perros llegaron a México hace 8 mil años, pero si se considera que ya acompañaban a los grupos de cazadores recolectores que poblaron el continente, su presencia podría remontarse a tiempo atrás. Unas figurillas zoomorfas halladas en Tlapacoya, Estado de México, de hace más de 7 mil años, son el testimonio más antiguo de su presencia. 

Existen más de 300 razas de perros, pero sólo tres se caracterizan por la ausencia de pelo: el xoloitzcuintle, el perro pelón peruano y el crestado chino, aunque comparten un mismo origen. Las investigaciones han permitido demostrar -señala Valadez- que los perros pelones son resultado de una mutación genética originada hace 2 mil años en el Occidente de México.

Xoloitzcuntle

El xoloitzcuintle es el único perro nativo de México, junto con el chihuahueño, agrega, aunque de este último se carece de registros arqueológicos y los pocos datos que existen lo ubican en el siglo 19. "Ahora estamos empezando a disponer de algunos esqueletos para conocer su naturaleza, pero tenemos un rezago de 20 años de estudio con respecto a los perros pelones".
                                                                    
Valadez considera importante no olvidar que el perro es producto de la interacción con el hombre, y dice mucho de una sociedad. "En la actualidad son animales que la mayoría de la gente desconoce, porque no los entiende, y si perdemos parte de ese conocimiento, también lo perdemos de nosotros, porque formamos una dualidad".

Mazorcas y carne

Una de las pocas fuentes que hacen referencia a la alimentación de los perros prehispánicos es el Códice Florentino de Fray Bernardino de Sahagún, donde escribe que comían pan y mazorcas de maíz, carne cruda y cocida, y también cuerpos muertos. Es por eso que Raúl Valadez ha convertido este tema en materia de investigación.



"Nos interesa entender si la alimentación de los perros de Teotihuacán y Tenochtitlan era diferente a la que tenían los del campo, si era similar o distinta a la de los pobladores".

El Laboratorio de Paleozoología cuenta con cerca de 130 restos de cánidos para ser estudiados, el más antiguo de hace 2.500 años, una hembra de un año de edad rescatada en Iztapalapa y asociada a un entierro.

Fuente: elgolfo.info