06 febrero 2016

La lealtad no entiende de color de piel


por Arturo Checa para "Almas con patas" / Las Provincias


En el sistema de documentación del periódico tengo una carpeta bajo el nombre de ‘Dog’. En ella entran cada día decenas, cientos de fotos de perros de todo el mundo. Es un pequeño oasis en el que me refugio a veces para escapar de juegos de naipes con el Gobierno del país como botín, de ‘Taulas’, tahures del dinero público o de explicaciones no dadas por políticas de postín. 

Un refugio en el que deleitarse con fotografías de perros patrullando la franja de Gaza con el mismo afán juguetón con el que corretean tras una pelota, ajenos a la maldad y destrucción que reinan a un lado y otro entre esos que se hacen llamar seres “humanos”; o instantáneas de desfiles de perros ataviados como payasos, saltimbanquis o vestidos de zorros; pequeños falderos refugiados en los brazos de sus amos mientras a su alrededor se decide el futuro del primer país del mundo en eso que casi suena a ladrido de los Caucus de Iowa; o cachorros a los que acarician niños de rostro ennegrecido a su llegada a Europa, refugiados de los miles que cruzan a diario el continente huyendo de la guerra y la barbarie en Asia, por fortuna supervivientes de esa lacra de 10.000 niños desaparecidos en el camino, al parecer víctimas de las mafias de explotación sexual de menores. 

Y hoy me he parado en la imagen que abre estas líneas. Mientras la contemplo suena en mis auriculares el tema principal de la banda sonora de ‘La lista de Schindler’. Esa epopeya del industrial alemán que, una buena mañana, decidió jugarse la vida por salvar a miles de judíos, aun a riesgo de que eso le costara perder la suya propia. Y lo miro a él, a ese chucho de pelo blanco pero ennegrecido por la suciedad de la calle. Con un vistazo sirve para comprobar que estamos en la India. La túnica naranja del dueño (o dueña, porque cuesta discernir si es hombre o mujer) del can delata al instante la situación geográfica de la escena. Pero de no ser por eso, podría ser cualquier calle de Valencia, Madrid, Roma, Nueva York o Tombuctú.

El pie de foto sitúa el instante en Nueva Delhi y describe a los protagonistas como “un vendedor y su perro”. Si los ropajes del protagonista humano de la instantánea fueran más neutros, la foto serviría para cualquier rincón del mundo. Y la conclusión es clara: la lealtad no entiende de color de piel. Ni de culturas, ni de civilizaciones, ni de idiomas, ni de costumbres. La lealtad es intrínseca a los perros

El de la foto diríase que dormita, que unos segundos después de cerrarse el objetivo de la cámara y captar la estampa, el mestizo cabeceará taciturno. Quizás arrancará una sonrisa del vendedor o vendedora, un instante de alegría en una vida callejera de suplicio, hambre, frío y calor. Al chucho le da igual.

Como le da igual a cualquier chucho callejero de cualquier rincón del mundo. Dicen que los occidentales son más sentimentales y humanos que los fríos orientales. Que aquí somos más de hacer vida en la calle y allí más de hacerlo de puertas para adentro. Entre chuchos es lo mismo. Aquí y allí son y serán fieles. Pasen hambre, frío, sueño y acabe costándoles eso la muerte. Seguirán día y noche al lado del vendedor hindú o del mendigo que empuña una guitarra y un brik de vino en cualquier esquina de Ruzafa. Fieles sin mirar la hora o el color de piel de su anhelado amo.


Fuente: lasprovincias.es