19 diciembre 2015

¿Qué hay de nuevo entre perros y humanos?


La interacción entre perros y humanos desde un punto de vista científico.

Hoy en día, ningún otro animal doméstico acapara tanto la atención de los científicos como el perro. En este sentido, las investigaciones se centran especialmente en los dos ámbitos más importantes: «El aprendizaje, la cognición y la inteligencia de los perros» y «La interacción y el apego entre el perro y el hombre». 

A continuación, se describirán los principales resultados de las investigaciones más actuales asociadas al tema de «la interacción y el apego». 



Se trata de una cuestión que no sólo resulta de interés para los dueños de los perros, que podrán saber qué piensa su perro de ellos o si les tiene afecto, sino también de un tema muy interesante para los científicos. ¿Se fundamenta este «amor» en la reciprocidad? Es decir, ¿le interesa tanto a un perro establecer un vínculo estrecho con su dueño como al contrario? ¿O se trata más bien de un anhelo del ser humano de que nuestros perros nos «quieran»? Y de ser cierto que a los perros les resulta importante este apego a los hombres, ¿cuál es el motivo que subyace a este hecho? ¿Será porque les alimentamos y les proporcionamos un lugar confortable donde dormir, o se esconde algo más?

Desde los años 40, se viene investigado exhaustivamente el surgimiento y los cambios en las relaciones humanas (del inglés, attachment). La teoría del apego resultante, desarrollada por Bowlby, Robertson y Ainsworth, parte de la base de que los humanos sienten una necesidad innata de establecer relaciones con otras personas y que, gracias a estos vínculos, las personas ganan la confianza necesaria para, por ejemplo, salir a explorar el mundo. En los niños pequeños, una distancia demasiado amplia con la persona de apego puede llegar a provocar estrés. Aquellos niños que crecen en una «situación de apego segura» se convierten con el tiempo en adultos con grandes competencias sociales, llenos de fantasía, con una elevada tolerancia al estrés, mayor capacidad de concentración y, en general, más seguros de sí mismos que aquellos que carecieron de ese apego seguro. Este hecho también se denomina «efecto de base segura» o «efecto de refugio seguro».

James Serpell, conductista norteamericano, describe la relación entre los perros y los humanos como asimétrica, como una relación basada en la dependencia que se asemeja a la que se da entre padres e hijos. Partiendo de esta hipótesis, Gacsi y sus colaboradores del grupo de investigación etnológica de la Universidad de Budapest, comenzaron hace unos años a observar a los perros y a sus dueños en un experimento muy simple. Observaron el comportamiento de los perros y procedieron a medir su ritmo cardiaco durante dos encuentros con personas amenazantes desconocidas: en una de las ocasiones el perro se encontraba solo en una sala y, en la otra, el dueño del perro estaba presente. Como reacción a la presencia de esos desconocidos, los perros mostraron en general un pulso acelerado y, dependiendo de cada caso en concreto, un comportamiento de estrés. Sin embargo, en presencia de su amo, la reacción era notablemente inferior a la que se producía cuando el perro se encontraba solo. En este caso, el orden sí desempeña un papel fundamental en los acontecimientos. En uno de los grupos, los perros se encontraban primero a solas con las personas desconocidas y, a continuación, se producía el encuentro en presencia de sus dueños; en el otro grupo, el orden era el inverso.

Cuando el perro se encontraba primero a solas con el desconocido y luego lo volvía a ver en presencia de su dueño, el ritmo cardiaco y el comportamiento mostraban una intensidad diferente (la presencia del dueño confería seguridad al perro). Sin embargo, los perros también mostraban un aumento notable del ritmo cardiaco y el estrés estando en presencia de sus dueños. No obstante, cuando el perro se encontraba primero con el desconocido en presencia de su dueño y, a continuación, estando solo, el estrés y el pulso se mantenían notablemente por debajo. Los investigadores explicaron este hecho por un efecto de aprendizaje: el propietario tiene una suerte de efecto memoria que permite al perro enfrentarse más relajadamente a un factor de estrés recurrente sin la presencia de su dueño. Resulta interesante que, en todos los casos, los propietarios de los perros se mostraban pasivos, es decir, simplemente «estaban allí» y no interaccionaban en modo alguno con los perros. 

La conclusión general de los investigadores en relación a éste y otros experimentos similares es que en la relación «perro-dueño» se producen efectos análogos a los que se producen en la relación «padres-hijos»: el efecto de base segura se da también en los perros (Gacsi, 2013). En 2013, Horn y sus colaboradores llegaron a un resultado similar al enfrentar a diferentes perros a situaciones complejas con diversos sujetos de ensayo. En presencia de sus dueños, los perros intentaban resolver las diferentes tareas con más ahínco y proactividad que cuando estaba presente un desconocido. 

¿Por qué se produce este hecho? Lo más probable es que, durante la prehistoria, los primeros lobos no buscaran activamente un «refugio seguro» y se relacionaran con los hombres sin más. Sin embargo, la «seguridad», en su sentido más amplio, sí ha desempeñado un papel decisivo en la evolución de la extraordinaria convivencia entre animales y humanos sobre la faz de la tierra. 
Según Coppinger & Coppinger y otros investigadores, durante la Edad de Piedra, los primeros lobos se acercaban a los asentamientos humanos, porque era precisamente allí donde encontraban alimento y refugio frente a sus adversarios. En el transcurso de pocas generaciones, surgió una simbiosis en la que ambas partes se beneficiaban de la relación. Los lobos primigenios se mostraban cada vez menos esquivos a la hora de tratar con los humanos y terminaron convirtiéndose en los primeros perros. Fue, a más tardar, en el Neolítico (aprox. 13 000 AC), cuando estos perros se habían alejado anatómicamente tanto del lobo que se les comenzó a denominar perros domésticos (Drake, 2015).

Existen determinadas características de los lobos primigenios, como la predisposición a la cooperación y su tolerancia frente a otras especies (incluso rivales), que han contribuido a que se produzca esta evolución. En 2015, Range y sus colaboradores consideran que la tolerancia y la predisposición a la cooperación no se desarrollaron durante el proceso de domesticación, sino que, junto a un comportamiento social intraespecífico diferenciado, son, efectivamente, factores decisivos para el surgimiento de lo que hoy entendemos como perro doméstico. Otros elementos, como la utilización de gestos de indicación humanos y la capacidad de «poder leer» el comportamiento expresivo de las personas, parecen ser más un efecto que la base de la domesticación.

Los perros muestran una gran predisposición a reaccionar a los gestos de los humanos. En principio, no resulta sorprendente, ya que el cumplimiento de las señales emitidas por un interlocutor social resulta DETERMINANTE para alcanzar una convivencia distendida dentro de un determinado grupo social o para resolver con éxito tareas como la captura de una presa de mayor tamaño y peligrosidad. Como consecuencia de la domesticación, en el transcurso de la convivencia con las personas, los perros han desarrollado y aprendido esta capacidad de utilizar las señales de los hombres en su propio beneficio. Tal y como indican numerosos estudios realizados en los últimos años (compilados por ejemplo, por D’Aniello, 2015), los perros buscan el contacto visual con los humanos con más intensidad que los lobos y reaccionan a los gestos con la cabeza o los gestos de indicación mejor que estos últimos. Siempre y cuando, eso sí, no se trate de conseguir comida. 

Cuando se trata de obtener alimentos, los lobos acostumbrados a la presencia de los humanos aprovechan sus indicaciones mejor que los perros. Sin embargo, tal y como demostraron Lazarowski & Dorman en 2015, parece ser que el grado de socialización de los perros con los humanos también desempeña un papel importante en esta forma de cooperación. Compararon perros de laboratorio (con un menor contacto con los humanos) con perros criados por sujetos privados. Los perros criados por sujetos privados obtuvieron una mejor puntuación que los perros de laboratorio a la hora de interpretar las correspondientes indicaciones. 

No obstante, el grado de aprovechamiento de los gestos o los símbolos en situaciones o tareas desconocidas también depende, al igual que la atención general que se presta al dueño, del nivel de adiestramiento de los perros. Durante los paseos «normales», los perros con un elevado nivel de adiestramiento (VPG, agility, entrenamiento de perros de rescate, etc.) miran con más frecuencia a sus dueños que los perros que no están adiestrados. Además, cuando los perros adiestrados se enfrentan a pruebas, como la búsqueda de objetos, los rodeos u otros ejercicios, se implican en la resolución de las mismas de forma más activa, exhaustiva y autónoma que aquellos perros que no están adiestrados. 

Los perros no adiestrados buscan el contacto visual con sus dueños con mayor frecuencia que los perros con un elevado nivel de adiestramiento, quizás como forma de validar su comportamiento, mientras que estos últimos trabajan de forma autónoma en la resolución del ejercicio. Por contra, en el llamado paradigma de la tarea imposible (impossible task paradigm; Miklosi, 2003; Marschall-Pescini, 2009, D’Aniello, 2015) ocurría precisamente lo contrario. En este ensayo, los perros aprenden, en primer lugar, a extraer comida de una caja. A continuación, la caja se coloca de tal forma que los perros son capaces de verla, pero no de acceder a ella. Es decir, las estrategias de resolución de problemas que habían aprendido con anterioridad no les sirven de nada. Ante esta frustrante situación, los perros con un adiestramiento intensivo buscan un mayor contacto visual con sus amos, manteniéndolo durante más tiempo que los perros sin adiestramiento.

Sin embargo, hay que analizar las dos caras de la moneda. Si bien es cierto que, para un adiestramiento de éxito, resulta muy positivo que el perro mire con frecuencia a su amo y aproveche sus indicaciones para resolver el ejercicio, también es verdad que, a la hora de resolver tareas más complejas, esto puede implicar sus riesgos. En 2011, Lit y sus colaboradores pudieron demostrar que no se debe infravalorar el llamado «efecto Clever Hans» en el trabajo con perros detectores de drogas y explosivos. El hecho de que el guía canino sepa o no de la existencia de odoríferos en la zona de búsqueda, afecta considerablemente al «rendimiento» del correspondiente can. 

Sin duda, uno de los grandes retos durante el adiestramiento canino es controlar el efecto Clever Hans y minimizarlo al máximo. Debido a la predisposición a la cooperación y a la tolerancia mencionada con anterioridad, los perros están predispuestos a colaborar con los humanos. En el año 2013, Bräuer y sus colaboradores pudieron demostrar que los perros se inclinan a ayudar a las personas en la resolución de tareas difíciles, como, por ejemplo, abrir una puerta, siempre en el marco de sus limitaciones anatómicas, por supuesto. En este ensayo, un hombre trataba sin éxito de encontrar una llave para abrir la puerta en varias ocasiones. El perro podía abrir la puerta sin esfuerzo presionando un botón con el hocico. Los canes «ayudaban» a las personas de dos formas distintas, ya fuera obedeciendo sus órdenes cuando la persona apuntaba directamente al botón o presionando el botón cuando la persona se mostraba «desvalida» ante la puerta buscando la llave sin éxito y dirigiéndose al perro al hablar. En este sentido, la identidad de la persona «desorientada» no parecía desempeñar un papel fundamental. Los perros ayudaban a sus amos igual que lo hacían con los sujetos desconocidos.

Es bien sabido que los perros pueden coordinar su comportamiento con un compañero canino para resolver una tarea conjunta y, si es necesario, pueden esperar a que su compañero termine su trabajo. En 2014, Ostojic y Clayton pudieron demostrar con un sencillo «experimento del truco de la cuerda» que los perros también muestran esta predisposición a la cooperación con los humanos. La comida sólo se podía sacar del cajón cuando dos individuos trabajaban en conjunto y tiraban de «su» cuerda al unísono. Durante el ensayo, el can tenía que esperar hasta que su compañero humano hubiera «seleccionado» su cuerda. Ninguno de los individuos podía resolver la tarea en solitario, ya que las cuerdas estaban demasiado separadas como para que el perro pudiera cogerlas con la boca para tirar de ellas. Durante el experimento de la cuerda, los perros trabajaban correctamente con un sujeto de prueba desconocido. Sin embargo, cuando los perros tenían que resolver varias tareas/problemas sucesivamente y con diferentes compañeros humanos, los canes mostraban una clara preferencia a trabajar con sus amos (Kerepesi, 2015).

Al comienzo nos preguntábamos si el «amor» entre perros y humanos se fundamenta en la reciprocidad, si para los canes es importante el apego a los humanos y, de ser así, por qué. Tal y como venimos demostrando hasta ahora, parece que los humanos desempeñan un papel verdaderamente importante en la vida de los perros como compañero social o de apego, y no sólo porque sean los que se encargan de abrir las latas de comida. Si así fuera, los perros deberían ser capaces de cooperar perfectamente con cualquier desconocido que les demostrara que merece la pena confiar en ellos poniéndoles un trozo de comida bajo el hocico. Sin embargo, los ensayos de Kerepesi y sus colaboradores han demostrado precisamente lo contrario. Al igual que los humanos, los perros también sienten un apego especial por un sujeto en concreto y, por norma general, este sujeto suele tener dos piernas en vez de cuatro patas, al menos cuando se trata de perros únicos. A día de hoy, todavía no se ha demostrado si aquellos perros que se crían junto con otros canes prefieren a un compañero canino o a uno humano.
 
En un «experimento clásico de celos destinado a bebés de seis meses» pero adaptado específicamente para su realización en perros, estos mostraron reacciones análogas frente al «comportamiento erróneo» de sus amos que las que mostraron los niños de cara a sus progenitores (Harris & Prouvost, 2014). Durante el ensayo, los dueños de los perros se entretenían leyendo un libro con atención o jugando con una calabaza hueca o un perro de peluche. Dependiendo del objeto con el que sus amos se entretuvieran, los perros mostraban comportamientos muy dispares: si la persona jugaba con el perro de peluche, los canes parecían mucho más inquietos e intentaban empujar/apartar el objeto, llegando incluso a exhibir un comportamiento agresivo, intentando quitarle el objeto al dueño, que cuando éste se entretenía con la calabaza o el libro. Los científicos debaten en la actualidad si los celos son un sentimiento primitivo que ha evolucionado a lo largo de la historia y que, al menos en animales sociales, resulta de gran utilidad biológica. 

Según esto, este sentimiento se daría en diferentes especies del reino animal. Sin embargo, el perro es la única especie animal cuyos individuos tienen la capacidad de mostrar celos de forma reconocible y diferenciada en relación a miembros de otra especie (en este caso, la humana). Los investigadores consideran este hecho un indicio del apego emocional existente entre perros y humanos, que se manifiesta de forma recíproca... Y que supone una prueba más de la elevada capacidad social-cognitiva de los perros.
Ciertamente, en lo que respecta al apego y a las emociones recíprocas, también es interesante observar al sujeto que se encuentra al otro extremo de la correa. Y eso es, precisamente, lo que hicieron Stoeckel y sus colaboradores en 2014, cuando analizaron el patrón de actividad en cerebros humanos con ayuda de un escáner IRMf. En este caso, los sujetos de ensayo eran mujeres con al menos un hijo y al menos un perro. Las mujeres veían imágenes de su propio hijo y de niños ajenos, así como de su propio perro y de perros ajenos. 

Las áreas del cerebro responsables de la formación de emociones, el reconocimiento de las recompensas, la amistad y la cognición social son de sobra conocidas. Durante el experimento, se comprobó si era posible medir una actividad diferente en estas áreas dependiendo de la foto que las mujeres vieran. Y así fue, ya que, no es sólo que al observar a niños o perros desconocidos la reacción de las madres fuera más o menos «fría», sino que, al ver las fotografías de sus propios perros, se desencadenaban unas emociones y unos procesos de agitación análogos y de una intensidad sólo ligeramente inferior a los que se producían al ver las imágenes de sus propios hijos.

Así pues, parece ser que el «amor» entre perros y humanos sí se basa en la reciprocidad. 

Sin embargo, también es cierto que todavía resulta complicado realizar mediciones y emitir juicios concretos. Ya lo habían intentado Rehn y sus colaboradores en 2014. Por una parte, evaluaron la intensidad del apego emocional del dueño con su perro en base a un formulario estandarizado. Y, por otra parte, analizaron la intensidad del apego por parte del can observando el comportamiento del mismo al separarse y reencontrase con su amo. Además, durante la fase de separación, se enfrentaba al perro con una persona desconocida. En base a los resultados del experimento, los investigadores concluyeron que la intensidad del apego emocional por parte del humano no tenía una relación causal con un mayor apego por parte del perro. 

No obstante, y dado que realizaron el ensayo con tan sólo un grupo de 22 equipos de dueños de perros, los científicos declararon que sería necesario realizar más estudios con más sujetos de prueba y que se debería analizar por separado lo que ocurre en general en la convivencia entre perros y dueños, cómo se estructura el día a día, etc. 
En 2015, Payne y sus colaboradores advirtieron al mismo tiempo que características humanas, como la predisposición al apego, la amistad y una actitud en general positiva hacia los perros, también desempeñan un importante papel en lo que respecta al apego o las emociones que el perro demuestra hacia su dueño.

Sería interesante analizar, también, si el tipo de interacción amistosa con un humano puede desempeñar un papel clave para el perro. En 2015, Feuerbach y Wynne estudiaron el comportamiento de los perros en dos tipos de interacción: por un lado, las personas se dirigían a los perros de forma amistosa, pero sin contacto físico, y, por otro, los sujetos acariciaban a los perros con esmero, pero sin dirigirles la palabra. En este caso, los sujetos eran o los amos de los perros o personas desconocidas y, además de utilizar perros criados por sujetos privados, también se analizó el comportamiento de perros de centros de acogida sin un referente de apego, siendo los propios perros quienes se inclinaban por una u otra forma de interacción. Todos los perros, incluidos aquellos que provenían de un centro de acogida, se decantaban por que les acariciaran en vez de que se dirigieran a ellos en un tono amistoso. También se detectó que los perros no parecían cansarse de las caricias en ningún momento. En ese caso, e incluso cuando se trataba de un desconocido, los perros aguantaban los cinco minutos que duraba cada interacción sin inmutarse, mientras que, cuando no había contacto físico, los perros perdían rápidamente el interés y se alejaban del correspondiente sujeto. 

Hasta aquí el resumen de los resultados de los últimos ensayos asociados al tema de la interacción y el apego entre perros y humanos. Sin duda alguna, queda mucho por investigar en esta materia y esperamos con anhelo los hallazgos y conclusiones a los que se llegue en el futuro. En cualquier caso, es seguro que los resultados obtenidos servirán a los dueños de los perros para verificar aquello que siempre supieron: los perros enriquecen nuestra existencia y, si lo hacemos bien, nosotros también enriquecemos la suya. 

O expresado en palabras de Udell y Wynne (2008), «Quizás deberíamos dejar de elucubrar y dedicarnos, simplemente, a querer a nuestros perros». 




Fuente: FCI (Federación Cinológica Internacional) | Dra. Barbara Schöning