25 noviembre 2012

Cadena perpetua

Continuamente las protectoras de animales reciben denuncias sobre los más pobres de los esclavos: los perros atados que nunca se sueltan.




En primera instancia pensamos que el caso no puede ser tan grave, pues el perro tiene su dueño, un techo y su comida. Sin embargo, a veces  el perro suelto y sin amo tiene una vida mejor que el perro atado y mal cuidado, cuya casita deja entrar el agua, cuya escasa comida es servida tarde o en forma irregular y que tiene que vivir entre sus propias defecaciones y orines.

Para mejorar las condiciones de vida del perro siempre atado, hay que hacer comprender al dueño que también un perro tiene sus derechos igual que cualquier codenado a cadena perpetua que nunca recibe afecto. El dueño ya no se da cuenta que el techo de la casita está deshaciéndose; ya se acostumbró a ver el bebedero volcado o lleno de mugre y verdoso, si no vacío. Tampoco no observa las moscas y otros insectos dañinos rodeando al animal debido a la falta de higiene; que su cadena es demasiado corta como para poder satisfacer su tan necesaria libertad de movimiento; que su pelo se volvió desteñido y opaco, su nariz caliente y áspera por la falta de calidad en la comida o porque nunca puede cortar una hojita de pasto para aliviar su hígado...

El  dueño solamente puede notar que su perro se volvió "malo" y se acerca lo menos posible a él. Es realmente un círculo vicioso.
  
A través de su intervención, estimado amigo de los animales, y con su diplomacia, se puede ayudar a tal perro. Llévele "casualmente" unas planchas para el techo perforado de la casita y ofrézcase para el arreglo. Piense en su bolsita de alimento balanceado que contiene vitaminas y minerales. Consígale una cadena más larga. Pida permiso al dueño para llevar a pasear al animal. Hágale una caricia. Una ayudita tras otra, paulatinamente. Pero sea perseverante en sus esfuerzos por el perro; no tendrá mucho que esperar y sentirá la gran satisfacción de ver en la mirada del perro la devolución del afecto y saber que ha paliado en algo el triste destino de un prisionero.