01 mayo 2012

Acercándose la noche




El subterráneo vehículo le ejemplifica la relatividad. Aislado auditivamente, Alex se reformula la realidad a cada momento, con cada sonido emitido por su aparato sonoro… Ese reflejo en el cristal…, “mi” reflejo… ¿ya no me pertenece…, o… alguna vez me perteneció? Tantos reflejos, movimientos e individuos merecerían interminables análisis, interminables  laberintos especulares, pero él evita caer en ellos. Admira y detesta en proporción variable a quienes tan livianos van por la vida, sin preguntarse siquiera algo existencial. Van tan confiados de que tienen el control de sus vidas. Alex se ríe, por no llorar… ¿Para qué llenar con más lágrimas  ese terrible océano de dudas?

La tentación es tan dulce, tan cálida, tan confortable. Crearse una realidad a medida y creerse su dios. Tener el control. Tener la gloria…, ser su dueño. Por momentos, Alex detecta en los otros la sospecha de que él es distinto y en consecuencia… peligroso. Hábilmente,  con trucos verbales y ademanes, marea a quien sospecha y luego huye, ya que se sabe falible. Se cuida al mínimo detalle de no revelar… “su” secreto…, de no perturbarlos, porque… ¿Para qué arrancarlos de su letargo?... ¿Para qué crear nuevos nudos, que aseguren de manera novedosa los anzuelos inmateriales?..., para luego cargar con esa pesada responsabilidad… Y con las posteriores frustraciones por no poder aportarles respuestas…, solo compartir ilusoriamente alguna fantasmal embarcación, algunos trozos de lógica razón, gélidos trozos como de hielo.                              
Alex aborrece esa recurrente sensación de ordenar cosas que obstinadamente, ante el mínimo descuido, aparezcan caóticamente flotando otra vez. De sentir la culposa sensación de estar perdiendo el tren del tiempo…

—«Esta curva es muy cerrada», –sospechó que le dijo la señorita que estaba justo enfrente de él–. Confiado en su frágil cordura, se quitó los tapones sonoros.

—Pues sí…, por momentos…si cierras los ojos, la curva parece no tener fin.

La chica, joven veinteañera desaliñada, bonita y pálida sin sol, le dijo:
               
     —Es que es… es infinita. Estamos hace casi una hora girando hacia la izquierda  y no llegamos a la estación.

La sensación de vértigo fue instantánea. Alex, casi siempre observando lo surreal con cierta soberbia, ahora se sentía en pánico. Tanto estar al límite de lo real… que lo imposible parecía manifestarse. Manteniendo la poca calma, la poca que puede tener un náufrago aferrado a un trozo de hielo en un mar tropical, le respondió:

—Este, eeee… eso que dices, debo decirte, que es producto de tu imaginación. Estamos en la línea amarilla rumbo a la playa. En esta línea de metro no existen las curvas infinitas.

—Aaaaa… y entonces… ¿Por qué no hay suelo…, ni rieles?

 El horror era lo próximo. Su frágil cordura se evaporaba, junto a la helada calma. Sin mediar palabra, sonido o gesto facial, Alex se paró de un salto sin doblar las rodillas y se aproximó a la ventanilla… Y en efecto…, el horror ya es presente. Para su espanto, el suelo y los rieles… no estaban. ¡No estaban!  Algo similar a un líquido invadía los laterales exteriores del vagón hasta el borde inferior de las ventanillas. La pálida chica sacó un cigarrillo y con gran tranquilidad lo encendió. En ese mismo momento, como para reforzar más la desesperación, se fue la electricidad del vehículo subterráneo. Sólo el anaranjado resplandor de la pitada reflejado en el pálido rostro, era visible.

El acordeón sonó estrepitosamente. Los dos hombres inmigrantes morenos, sudados, con  alegría prementalizada y sonrisa de cursillo norteamericano de marketing, danzaban lateralmente con la mirada perdida. Uno generaba sonidos que parecían un tango acelerado, el otro, seguía con movimientos automatizados el ritmo.

«Una moneda amigo, una moneda por show música amigo». –Dijo con exigencia cordial el bailarín a Alex–. El paki bailarín, ante la ausencia de respuesta, se alejó de Alex con cierto pavor.

 —Sé que no se puede fumar en el metro, pero me da igual.  Esas palabras, como salidas de alguna caverna cercana, acomodaron a Alex en su asiento nuevamente. Por impulso, por apego a las normas o por no revelar “su” secreto, le respondió:

 Apagá ese cigarro ya, que nos van a meter una multa, nena.

—¡Saliendo sigue agua, tarado!.

—¡Es que pegar yo a otro conducto!... yyyy ya estropeé el plan… ¡el plan estropeee Gregoooorioooo!

—Eres definitivamente un pelmazo Kairo, no sé para que te saqué de allí. Ahora tendremos que matarnos. ¡Otra vez!... ¡Y vaya a saber dónde apareceremos…!

Ambos repitieron, una vez más, el funesto ritual.

—Está todo rojo, bueno, anaranjado Gregorio... Qué rostro tan delicado ese, ¿lo ves? Tan pálida, tan bonita. Tiene que tomar más sol ese bonita señorita.

—¡Kairo!, concéntrate en lo oblicuo, que si no, no salir más de aquí.

—Estoy harto de tocar siempre el mismo tanguito, y tú siempre pareciéndote a un desgarbado mono bailarín.

—Ya casi llegamos Kairos, ya casi... ¡Que suene un poco más, solo un poco más y… saltamos!

—Parece que melenudo ese nos reconoció… ¡Gregorio… pídile urgente la llave... bueno… una moneda, ya! ¡Apresurarte!

—¡No reacciona, Kairo… no reacciona…vio el agua, vio el agua!  Está a la mitad, no responde, se fue…

—¡La que armaste pelmazo de Kairo rompiendo los conductos…, saltar ahoooora!

—Por más que me lo digas, lo seguiré haciendo…. Y si me pescan, pues les muestro una teta y listo… ¿vos viste como se retuercen estos reprimidos ante apenas un fragmento desnudo.

—¡Baaaasta Gloria!  ¡Esos jueguitos eróticos no me causan gracia, para nada! ¡O apagás el cigarro ya mismo, o me voy!

       —Andate Alex…, ya volverás…como siempre…, volverás

               «Pero qué le pasa a esta pendeja... si… si…si esos pálidos, blancos, duros y pequeños pechos son míos. ¡Míos! Yo le pago a Gloria los cigarrillos y las clases de levitación y los trozos de helada calma y los rayos de sol empaquetados y los…, que nunca utiliza por cierto… ¡mejor que no los usa!… Me gusta así…, tan pálida…, tan eterna. Además, si estamos en esta dimensión del intercambio, pues no solo sobre su pecho reino, sino sobre ¡toda ella!, sobre toda ella tengo mi dominio. Y encima que ahora  fui exonerado de la condena laboral, debería acompañarme más. Ella está obligada ¡obligada! a darme lo que quiera. Yo pago... ¡yo pago! Uuffffff… debo regresar…, mejor regreso… A ver si la agarran y la violan algunos energúmenos».

Alex volvió sobre sus pasos, pensando. El tren aún giraba hacia la izquierda… Parecía infinita la curva. Unos músicos, dos, de apariencia extranjera, de Pakistán o por ahí, metían disimulada y rápidamente unas herramientas justo debajo del asiento de Gloria. ¡Justo ahí abajo, habiendo cientos!  Y de yapa… ¡La humareda que está haciendo la caprichosa de Gloria!… ¡Y  estos pakis meten sus cosas ahí abajo…, justo ahí debajo!

Gloria, siempre tan imperturbable, esta vez reaccionó. Intentó detener a los músicos en su afanosa labor de romper y forzar los conductos hidráulicos de la puerta lateral del vagón. Ensañado, uno de ellos logró quebrar la unión del caño con la puerta y esta se abrió de repente.

—¡Saltar ya Kairo!... ¡Ya es ya!... ¡Ahora!

—¡Hay agua mucha todavía Gregoooorio!

—¡Pues aguantar tus consecuencias Kairo… pelmazo… saltar ya!


 Saltaron. Los dos morenos, saltaron. El impacto fue terrible. Fue instantáneo…, unas amorfas manchas viscosas era lo único que quedaba de ellos…



Carn Edeluz