30 abril 2012

La revelación


Cuando Ricardo Marchini cumplió diez años de edad, sintió que la hora de la verdad había llegado.

      -Vamos, Leo -dijo-. Tenemos que hablar. 


Y se marcharon, calle arriba, los dos. Anduvieron un buen rato por el barrio Saavedra, dando vueltas, en silencio. Leonardo se detenía mucho, como tenía costumbre, y después apuraba el paso para alcanzar a Ricardo, que caminaba con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido.

Al llegar a la plaza, Ricardo se sentó. Tragó saliva. Apretó la cara de Leonardo entre las manos y, mirándolo a los ojos, largó el chorro:

      -Mirá Leo perdoná que te lo diga pero vos no sos hijo de papá y mamá es mejor que lo sepas Leo que a vos te recogieron de la calle.

Suspiró hondo:
   
      -Tenía que decírtelo, Leo. 

Leonardo había sido encontrado, cuando era muy chiquito, dentro de una bolsa negra de la basura, pero Ricardo prefirió ahorrarle esos detalles. Entonces, regresaron a casa. Ricardo iba silbando. Leonardo meneaba el rabo, saludando a los amigos: los vecinos lo querían, porque él era marrón y blanco, como el Platense, el club de fútbol del barrio, que casi nunca ganaba.




 (Cuento de Eduardo Galeano)